domingo, 17 de abril de 2016

La búsqueda de la felicidad

            En un tiempo que no se sabe con certeza exactamente cuándo, pero sí dónde ocurrió, se desarrollaron los siguientes hechos que a continuación os contaré. ¿Creéis que soy el que lo vivió en carne y hueso? Pues no, yo no soy el protagonista. El relato me lo contó un anciano de la aldea Semble, y a él llegó a través de una de una cadena de rumores. Por lo tanto, no sé si ocurrió de verdad.
Los personajes antagonistas casi siempre han sido odiados. En un principio eran soñadores e idealistas, pero debido a algún tipo de frustración aparecen agrios, infelices, desdichados y hasta sin piedad. En el caso de nuestros dos protagonistas: un fauno, llamado Bousgous, y un troll cuyo nombre es Vigarge, también se cumple esta norma. Pero ellos hace un tiempo que dejaron atrás esa forma de ser y cambiaron. Para ser aceptados por la comunidad y encontrar al mismo tiempo la felicidad decidieron ser bondadosos y se olvidaron del odio, la rabia y la ira.
Todo comenzó una fría mañana de primavera a escasos minutos de que el sol se despertara. Unos gritos que provenían de los alrededores de su cabaña despertaron a Bousgous. Precipitadamente, a través de la hoguera apagada del fuego de Urcagsa, se puso en contacto con Vigarge. Los presentimientos que rulaban por sus cabezas desde tiempo atrás, empezaban a hacerse realidad. En el pasado habían cometido demasiadas fechorías y los aldeanos de Semble aún no lo habían olvidado, sólo necesitaban a alguien que lo recordase constantemente removiendo el pasado; y capitaneados por Jullian, el cazador, decidieron ir a por ellos y expulsarlos a los páramos de Hélizon.
—Vigarge, mi buen amigo, lo que tanto hemos temido se está volviendo realidad. ¿Los escuchas? Están de nuevo ahí fuera. En estos tiempos tan duros que se presentan debemos de estar más unidos que nunca.
—Lo sé, fauno. Desde mi cabaña también puedo oírlos. Son muy testarudos e ignorantes y liderados por ese cazador desalmado será imposible hacerles entrar en razón.
—¿Qué hacemos entonces?
—No nos queda más remedio que huir y buscar al maestro hechicero del monte Kimuha. ¿Estás dispuesto, Bousgous? Pues escapa de tu cabaña por el túnel de la chimenea. Nos encontraremos antes de entrar en el Bosque Negro.
—De acuerdo, allí nos veremos.
Mientras los aldeanos golpeaban la puerta de su casa para derribarla, antes de que consiguieran entrar, Bousgous ya había escapado de su hogar y se encontraba en las cercanías del Bosque Negro a la espera de que Vigarge apareciese. En seguida, divisó desde el este la silueta de su amigo resaltada por los primeros rayos de sol. En seguida. se encontraron los dos.
—Vigarge, que alegría me da encontrarme de nuevo contigo y estar lejos de los aldeanos.
—Buen amigo, has llegado mucho antes de lo que esperaba. ¿Recuerdas los pormenores de mi plan?
—Por supuesto, nos dirigimos hacia al norte.
Durante dos horas transitaron por el Bosque Negro siguiendo la senda del monte Kimuha. En su cumbre existe una profunda cueva donde reside un hechicero de gran prestigio, el maestro Utafán. Cuando llegaron a la cima, descubrieron la entrada a lo más entrañable. En el fondo de un minúsculo y abrupto desfiladero accedieron a la cueva y en una de sus estancias encontraron al hechicero. Estaba dormido sobre un colchón de plumas y paja en una cama de piedra esculpida por él. Una luciérnaga de aceite iluminaba la alcoba, Vigarge se acercó y lo despertó con un leve  toque en su espalda. Al incorporarse emitió un grito.
—¡Ahhh! ¿Quién me ha sacado de mi dulce sueño? Nunca me levanto antes de media mañana.
—¿Hechicero, no me reconoce? Soy Vigarge, el troll  de la aldea Semble.
—¡Oh troll! que se le ha perdido en mi caverna.
—Mago, hemos cruzado el Bosque Negro hasta su noble morada— intervino Bousgous.
—Sé que ocultas algo. ¿Acaso quieres cambiar al igual que tu querido amigo?
—Sí, ¿cómo lo sabe?
—Le puse al tanto de las noticias de las manifestaciones frente a nuestras casas. Hace días que vine a comentárselo—respondió Vigarge a Bousgous.
—¿Es eso cierto?
—Verdad como que no he descansado las  ocho o nueve horas necesarias, fauno— contestó el hechicero a Bousgous. —Acomodaos. Aunque me hayáis espabilado demasiado temprano, vuestro tema es de gran enjundia. Sé cómo satisfacer vuestro deseo para que encontréis la tan ansiada  tranquilidad y paz para el resto de vuestra  vida.
—¿Cuál es la  solución al sufrimiento que llevamos día y noche, maestro Utafán?— preguntó Bousgous.
—Escuchad con atención: debéis viajar a la montaña Jocatuga, donde cada cuatro años crece la flor del geranio. Estáis de enhorabuena porque este año toca. Me la traéis  con mucho cuidado sin que se estropee. Deben estar todos y cada uno de los pétalos. La flor es sabía y lee la mente de la gente y después actúa en consecuencia. Yo me ocuparé de que vuestros perseguidores no se enteren del viaje que vais a hacer. En  una semana os veo de vuelta. Ahora tengo que ausentarme debido a que hoy mismo marcho a la aldea Jeraso.
—¿Y cómo obtendremos la ansiada felicidad? Tan sólo queremos que unos pobres desdichados se transformen en seres bondadosos y amables. Sé que hemos cometido robos y noshemos reído de muchos aldeanos, pero nunca fuimos más allá, no somos unos criminales. Sólo pedimos una oportunidad para  que nos acepten.
—¡Vigarge, para que te va a dar un infarto!
—Vosotros traedme la flor. Su poder os otorgará la felicidad. Nunca fuisteis malvados, únicamente unos ladronzuelos traviesos. Marchad ya y que el viento os proteja.
Sin más preámbulos, los dos amigos emprendieron el nuevo viaje en busca de la flor del geranio. En el trayecto a Jocatuga, el Fauno escribió un diario de sus ocho días de viaje. Su contenido era el siguiente: El primer día tuvimos que buscar comida, ya que el día anterior se nos acabaron las provisiones. Conseguimos bellotas robándoselas a unas ardillas.
El día siguiente, Vigarge fue provocado por unos jovenzuelos a usar su lado malévolo. Con unos palos los golpeó hasta que huyeron. Yo le dije que debió de ignorarlos.
Ya llevábamos casi la mitad del viaje. Fuimos saqueados por arqueros de Trivian, pero no les fue fácil conseguirlo. Utilizamos un modo distinto de  ser bueno pero con un toque de maldad.
Al cuarto día, ya empezábamos a ver la montaña. Por la tarde fuimos testigos de la migración de los ñúes. Vigarge y yo nos dimos cuenta que en equipo se es feliz, si se trabaja con colaboración, coordinación y con un mismo objetivo.
Quedan poco días para pisar  el esperado suelo de Jocatuga. Esta mañana nos topamos con un trotamundos que era escritor, según él decía buscaba historias felices y sin problemas, porque carecía de inspiración. Paso el día con nosotros.
Llevábamos seis días recorridos. Este día pasó algo horrible, teníamos que cruzar un río pero nos lo prohibió el espectro de la muerte. Nos dio un trato: debíamos matar a un caballo inocente. Por supuesto, nos negamos y lo ignoramos. Mientras aquella figura neblinosa desaparecía, juró que no seríamos jamás felices.
El siguiente día fue la subida a la montaña. Al llegar cortamos de raíz la planta del geranio y nos la llevamos. Nos percatamos de la presencia de una paloma que contenía una carta y la dejó a nuestros pies. Era de Utafán comunicándonos que había un atajo para la vuelta a Semble.
Al cabo de ocho días, ya podrían decir que su felicidad estaba más cerca que nunca. Habían superado muchas  pruebas  en el viaje a Jocatuga y tenían en su poder la preciada flor.
En el regreso a Semble mientras se disponían a ir a la montaña Kimuha para entregarle el geranio al mago, tuvieron un contratiempo y fueron acorralados por el cazador Jullian y los aldeanos. En la plaza surgió un enfrentamiento: el fauno y el troll  contra el cazador Jullian.
—No me lo puedo creer, habéis conseguido el geranio. Os he subestimado. Aunque nuestra búsqueda ha sido incansable, al final os encontramos. Jamás seréis felices, me encargaré de ello. Debí mataros hace tiempo en vuestra llegada a la aldea. Apuntad las flechas, vecinos.
—Dejadnos ir y todo se solucionará. Hemos cambiado os lo prometemos— dijo Bousgous.
—Quisimos cambiar, lo hemos hecho y solo nos falta entregarle la flor al mago. Confiad, dijimos adiós a la ira y el enfado. Comprended que tengamos esperanza en vosotros. Queremos que nos aceptéis tal como somos ahora.
—En absoluto os echaremos cuenta. Estaréis pronto en el inframundo y ajusticiados seréis por las fechorías cometidas. Ha llegado vuestro fin. Apuntad, vecinos.
Mientras Jullian exponía su agresivo discurso, a Bousgous se le cayó la flor del geranio a la fuente y en unos segundos empezó a crecer. A la misma vez, aparecieron los objetos robados a los ciudadanos por el fauno y el troll. Algunos tiraron los arcos y comenzaron a reconocer y recoger sus objetos. Otros se quedaron estupefactos. El cazador gritaba desconcertado.
—¡Vecinos, quienes nos han robado son ellos! Estamos perdiendo la ocasión de librarnos de sus malas artes para siempre.
El cazador seguía intentando convencer a los vecinos, pero estos cada vez mostraban menos interés por sus argumentos. El fauno y el troll comentaron el acontecimiento.
—¿Cómo ha sido? Es asombroso— dijo Bousgous.
—Es un milagro—añadió Vigarge.
Mientras tanto, el hechicero Utafán se presentaba en Semble.
—Gracias, cochero. Tome una propina.
—Muchas gracias señor Utafán.
—¿Qué ha pasado en la aldea?— preguntó el hechicero.
—Hola, maestro Utafán—saludaron al unísono el troll y el fauno.
—¿Jullian?— dijo sorprendido Utafán.
—Para qué ha aparecido aquí, maestro. Es lo que me faltaba después de que los aldeanos dejasen de creer en mí— respondió Jullian.
—Hernán, yo te ayudé a ser quien eres hoy. Creo que debes contarles a todos tu pasado.
—Fauno, troll, yo antes también era un troll y cambié gracias al hechicero. Mis antiguos aldeanos querían que fuese desterrado, pero yo le pedí ayuda al mago. Os pido perdón por intentar acabar con vosotros. Parece ser que la historia se repite. Tened compasión de mí.
—Yo, Bousgous y mi amigo Vigarge,  hemos aprendido del mago, del cazador y de los aldeanos los valores del equilibrio del bien y del mal. Nos comprometemos a llevar una vida adecuada.
—¿Hay algún problema?— preguntó el hechicero a Jullian en medio de toda la muchedumbre.
—No, he recordado mi pasado, he reflexionado y he llegado a la conclusión de que no se puede olvidar lo hecho antes. Antes era Hernán y ahora soy Jullian. Prometo no caer más en el error. 
—Pues todo solucionado. Vigarge, Bousgous, Jullian, sellad vuestra amistad con un apretón de manos— dijo el hechicero mientras los vecinos se retiraban a sus hogares.
Desde aquel día, la convivencia de la aldea fue comentada en todas partes como ejemplo de excelente relación y buena voluntad por parte de todos sus vecinos. 

FIN

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