En un tiempo que no se sabe con certeza exactamente cuándo,
pero sí dónde ocurrió, se desarrollaron los siguientes hechos que a
continuación os contaré. ¿Creéis que soy el que lo vivió en carne y hueso? Pues
no, yo no soy el protagonista. El relato me lo contó un anciano de la aldea
Semble, y a él llegó a través de una de una cadena de rumores. Por lo tanto, no
sé si ocurrió de verdad.
Los personajes antagonistas casi siempre han sido odiados.
En un principio eran soñadores e idealistas, pero debido a algún tipo de
frustración aparecen agrios, infelices, desdichados y hasta sin piedad. En el
caso de nuestros dos protagonistas: un fauno, llamado Bousgous, y un troll cuyo
nombre es Vigarge, también se cumple esta norma. Pero ellos hace un tiempo que dejaron
atrás esa forma de ser y cambiaron. Para ser aceptados por la comunidad y
encontrar al mismo tiempo la felicidad decidieron ser bondadosos y se olvidaron
del odio, la rabia y la ira.
Todo comenzó una fría mañana de primavera a escasos minutos
de que el sol se despertara. Unos gritos que provenían de los alrededores de su
cabaña despertaron a Bousgous. Precipitadamente, a través de la hoguera apagada
del fuego de Urcagsa, se puso en contacto con Vigarge. Los presentimientos que
rulaban por sus cabezas desde tiempo atrás, empezaban a hacerse realidad. En el
pasado habían cometido demasiadas fechorías y los aldeanos de Semble aún no lo
habían olvidado, sólo necesitaban a alguien que lo recordase constantemente removiendo
el pasado; y capitaneados por Jullian, el cazador, decidieron ir a por ellos y
expulsarlos a los páramos de Hélizon.
—Vigarge, mi buen amigo, lo que tanto hemos temido se
está volviendo realidad. ¿Los escuchas? Están de nuevo ahí fuera. En estos tiempos
tan duros que se presentan debemos de estar más unidos que nunca.
—Lo sé, fauno. Desde mi cabaña también puedo oírlos.
Son muy testarudos e ignorantes y liderados por ese cazador desalmado será imposible
hacerles entrar en razón.
—¿Qué hacemos entonces?
—No nos queda más remedio que huir y buscar al maestro
hechicero del monte Kimuha. ¿Estás dispuesto, Bousgous? Pues escapa de tu
cabaña por el túnel de la chimenea. Nos encontraremos antes de entrar en el
Bosque Negro.
—De acuerdo, allí nos veremos.
Mientras
los aldeanos golpeaban la puerta de su casa para derribarla, antes de que
consiguieran entrar, Bousgous ya había escapado de su hogar y se encontraba en
las cercanías del Bosque Negro a la espera de que Vigarge apareciese. En
seguida, divisó desde el este la silueta de su amigo resaltada por los primeros
rayos de sol. En seguida. se encontraron los dos.
—Vigarge, que alegría me da encontrarme de nuevo contigo
y estar lejos de los aldeanos.
—Buen amigo, has llegado mucho antes de lo que
esperaba. ¿Recuerdas los pormenores de mi plan?
—Por supuesto, nos dirigimos hacia al norte.
Durante dos
horas transitaron por el Bosque Negro siguiendo la senda del monte Kimuha. En su
cumbre existe una profunda cueva donde reside un hechicero de gran prestigio,
el maestro Utafán. Cuando llegaron a la cima, descubrieron la entrada a lo más
entrañable. En el fondo de un minúsculo y abrupto desfiladero accedieron a la
cueva y en una de sus estancias encontraron al hechicero. Estaba dormido sobre
un colchón de plumas y paja en una cama de piedra esculpida por él. Una
luciérnaga de aceite iluminaba la alcoba, Vigarge se acercó y lo despertó con un
leve toque en su espalda. Al incorporarse emitió
un grito.
—¡Ahhh! ¿Quién me ha sacado de mi dulce sueño? Nunca me
levanto antes de media mañana.
—¿Hechicero, no me reconoce? Soy Vigarge, el troll de la aldea Semble.
—¡Oh troll! que se le ha perdido en mi caverna.
—Mago, hemos cruzado el Bosque Negro hasta su noble
morada— intervino Bousgous.
—Sé que ocultas algo. ¿Acaso quieres cambiar al igual
que tu querido amigo?
—Sí, ¿cómo lo sabe?
—Le puse al tanto de las noticias de las manifestaciones
frente a nuestras casas. Hace días que vine a comentárselo—respondió Vigarge a
Bousgous.
—¿Es eso cierto?
—Verdad como que no he descansado las ocho o nueve horas necesarias, fauno—
contestó el hechicero a Bousgous. —Acomodaos. Aunque me hayáis espabilado
demasiado temprano, vuestro tema es de gran enjundia. Sé cómo satisfacer
vuestro deseo para que encontréis la tan ansiada tranquilidad y paz para el resto de vuestra vida.
—¿Cuál es la solución al sufrimiento que llevamos día y
noche, maestro Utafán?— preguntó Bousgous.
—Escuchad con atención: debéis viajar a la montaña
Jocatuga, donde cada cuatro años crece la flor del geranio. Estáis de
enhorabuena porque este año toca. Me la traéis
con mucho cuidado sin que se estropee. Deben estar todos y cada uno de
los pétalos. La flor es sabía y lee la mente de la gente y después actúa en
consecuencia. Yo me ocuparé de que vuestros perseguidores no se enteren del
viaje que vais a hacer. En una semana os
veo de vuelta. Ahora tengo que ausentarme debido a que hoy mismo marcho a la aldea
Jeraso.
—¿Y cómo obtendremos la ansiada felicidad? Tan sólo
queremos que unos pobres desdichados se transformen en seres bondadosos y
amables. Sé que hemos cometido robos y noshemos reído de muchos aldeanos, pero nunca
fuimos más allá, no somos unos criminales. Sólo pedimos una oportunidad
para que nos acepten.
—¡Vigarge, para que te va a dar un infarto!
—Vosotros traedme la flor. Su poder os otorgará la
felicidad. Nunca fuisteis malvados, únicamente unos ladronzuelos traviesos.
Marchad ya y que el viento os proteja.
Sin más
preámbulos, los dos amigos emprendieron el nuevo viaje en busca de la flor del
geranio. En el trayecto a Jocatuga, el Fauno escribió un diario de sus ocho días
de viaje. Su contenido era el siguiente: El primer día tuvimos
que buscar comida, ya que el día anterior se nos acabaron las
provisiones. Conseguimos bellotas robándoselas a unas ardillas.
El día
siguiente, Vigarge fue provocado por unos jovenzuelos a usar su lado malévolo. Con
unos palos los golpeó hasta que huyeron. Yo le dije que debió de ignorarlos.
Ya
llevábamos casi la mitad del viaje. Fuimos saqueados por arqueros de Trivian,
pero no les fue fácil conseguirlo. Utilizamos un modo distinto de ser bueno pero con un toque de maldad.
Al cuarto
día, ya empezábamos a ver la montaña. Por la tarde fuimos testigos de la
migración de los ñúes. Vigarge y yo nos dimos cuenta que en equipo se es feliz,
si se trabaja con colaboración, coordinación y con un mismo objetivo.
Quedan poco
días para pisar el esperado suelo de
Jocatuga. Esta mañana nos topamos con un trotamundos que era escritor, según él
decía buscaba historias felices y sin problemas, porque carecía de inspiración. Paso
el día con nosotros.
Llevábamos seis
días recorridos. Este día pasó algo horrible, teníamos que cruzar un río pero
nos lo prohibió el espectro de la muerte. Nos dio un trato: debíamos matar a un
caballo inocente. Por supuesto, nos negamos y lo ignoramos. Mientras aquella
figura neblinosa desaparecía, juró que no seríamos jamás felices.
El
siguiente día fue la subida a la montaña. Al llegar cortamos de raíz la planta
del geranio y nos la llevamos. Nos percatamos de la presencia de una paloma que
contenía una carta y la dejó a nuestros pies. Era de Utafán comunicándonos que
había un atajo para la vuelta a Semble.
Al cabo de
ocho días, ya podrían decir que su felicidad estaba más cerca que nunca. Habían
superado muchas pruebas en el viaje a Jocatuga y tenían en su poder
la preciada flor.
En el
regreso a Semble mientras se disponían a ir a la montaña Kimuha para entregarle
el geranio al mago, tuvieron un contratiempo y fueron acorralados por el cazador
Jullian y los aldeanos. En la plaza surgió un enfrentamiento: el fauno y el
troll contra el cazador Jullian.
—No me lo puedo creer, habéis conseguido el geranio.
Os he subestimado. Aunque nuestra búsqueda ha sido incansable, al final os encontramos. Jamás
seréis felices, me encargaré de ello. Debí mataros hace tiempo en vuestra llegada
a la aldea. Apuntad las flechas, vecinos.
—Dejadnos ir y todo se solucionará. Hemos cambiado os
lo prometemos— dijo Bousgous.
—Quisimos cambiar, lo hemos hecho y solo nos falta
entregarle la flor al mago. Confiad, dijimos adiós a la ira y el enfado.
Comprended que tengamos esperanza en vosotros. Queremos que nos aceptéis tal
como somos ahora.
—En absoluto os echaremos cuenta. Estaréis pronto en el
inframundo y ajusticiados seréis por las fechorías cometidas. Ha llegado vuestro
fin. Apuntad, vecinos.
Mientras
Jullian exponía su agresivo discurso, a Bousgous se le cayó la flor del geranio
a la fuente y en unos segundos empezó a crecer. A la misma vez, aparecieron los
objetos robados a los ciudadanos por el fauno y el troll. Algunos tiraron los arcos
y comenzaron a reconocer y recoger sus objetos. Otros se quedaron estupefactos.
El cazador gritaba desconcertado.
—¡Vecinos, quienes nos han robado son ellos! Estamos
perdiendo la ocasión de librarnos de sus malas artes para siempre.
El cazador
seguía intentando convencer a los vecinos, pero estos cada vez mostraban menos interés
por sus argumentos. El fauno y el troll comentaron el acontecimiento.
—¿Cómo ha sido? Es asombroso— dijo Bousgous.
—Es un milagro—añadió Vigarge.
Mientras tanto,
el hechicero Utafán se presentaba en Semble.
—Gracias, cochero. Tome una propina.
—Muchas gracias señor Utafán.
—¿Qué ha pasado en la aldea?— preguntó el hechicero.
—Hola, maestro Utafán—saludaron al unísono el troll y
el fauno.
—¿Jullian?— dijo sorprendido Utafán.
—Para qué ha aparecido aquí, maestro. Es lo que me
faltaba después de que los aldeanos dejasen de creer en
mí— respondió Jullian.
—Hernán, yo te ayudé a ser quien eres hoy. Creo que
debes contarles a todos tu pasado.
—Fauno, troll, yo antes también era un troll y cambié
gracias al hechicero. Mis antiguos aldeanos querían que fuese desterrado, pero
yo le pedí ayuda al mago. Os pido perdón por intentar acabar con vosotros.
Parece ser que la historia se repite. Tened compasión de mí.
—Yo, Bousgous y mi amigo Vigarge, hemos aprendido del mago, del cazador y de los
aldeanos los valores del equilibrio del bien y del mal. Nos comprometemos a
llevar una vida adecuada.
—¿Hay algún problema?— preguntó el hechicero a Jullian
en medio de toda la muchedumbre.
—No, he recordado mi pasado, he reflexionado y he
llegado a la conclusión de que no se puede olvidar lo hecho antes. Antes era
Hernán y ahora soy Jullian. Prometo no caer más en el error.
—Pues todo solucionado. Vigarge, Bousgous, Jullian,
sellad vuestra amistad con un apretón de manos— dijo el hechicero mientras los
vecinos se retiraban a sus hogares.
Desde aquel
día, la convivencia de la aldea fue comentada en todas partes como ejemplo de excelente
relación y buena voluntad por parte de todos sus vecinos.
FIN
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